La otra noche tuve un sueño, un dulce sueño que acabó con un mal despertar. Después, pretendí volver a dormir, en cuanto comprendí que todo era fruto de mi actividad cerebral. Es lo que tiene beber en demasía, la quinina de la tónica y el alcohol de la ginebra deben de catalizar el estimulo de la amígdala cerebral, desconectando el cerebro de su misión principal, la razón. Así, la dopamina fabricada por esta amígdala trabaja a sus anchas, provocándome alucinaciones y ofuscamientos.
Esa explicación me hubiera valido hace algunas semanas, ya no. Dicen que los sueños son un proceso mental involuntario, originados por estímulos externos, recuerdos o vivencias que pretendemos olvidar. Yo no lo creo así, mis sueños son una puerta abierta a un mundo perdido, puede que inexistente para los demás, no para mí. Sé de buena tinta que mi imaginación no es libre, que está inducida por un pequeño diablo, un Oniro que cada noche me susurra historias mientras hurga en mi cerebro.
Creo que me he vuelto a dormir, sí, me he vuelto a dormir, con suerte mi subconsciente no será capaz de encontrar la puerta de entrada que por.
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